El marino vasco José Luis de Ugarte cumplió su sueño de acabar la Vendée Globe
José Luis de Ugarte era cualquier cosa menos un novato o un blando cuando, con 64 años cumplidos, se presentó (noviembre de 1992) en la línea de salida de la Vendée Globe.
Tampoco tenía nada que demostrar. «Nunca he tenido miedo a sufrir penurias», escribiría el marino de Las Arenas, muerto en julio de 2008, en 'El último desafío' (Ed. Juventud), sus memorias.
Ugarte, hombre ante todo, con un bagaje de vivencias como pocos, desde pasar hambre porque la había sufrido desde los 8 hasta los 12 años, durante la Guerra Civil, conocer la cara de los muertos, porque vio sus primeros cadáveres reventados por las bombas de los 'Stukas' en las calles de Bilbao. Vivir como refugiado en Francia y Bélgica, de donde tuvo que salir corriendo por la invasión alemana. Prisión de regreso a España, sometido a «duros interrogatorios» y con sus huesos en la cárcel.
Navegante por el mar del Norte, sin faros, radar y con un solo mal gonio, por mares llenos de minas de la II Guerra Mundial. Comerciante y aventurero por el mundo adelante, desde Inglaterra hasta Brasil. se había ganado la vida como capitán, pescador, representante marítimo y gerente de restaurante. siempre tuvo una pasión: La navegación a vela.
Cuando armó el 'Euskadi Europa' 93' había cruzado ya el Atlántico en solitario siete veces y dos más con tripulación. Tenía en su haber una BOC Challenge, vuelta al mundo con escalas.
Evidentemente experiencia, y mucha pero su cara cuando se le hablaba de la Vendée Globe, adoptaba un aire infantil y desolado: la Vendée Globe no tiene rival, es demasiado inhumana».
Jose Luis, todo un encanto de persona, nos comento en Vigo, hace unos años tras conferenciar con otro gran navegante oceánico, Javier de la Gandara. De la Vendée, primero dudar de su carácter deportivo. «No sé si llamar regata a esta prueba es correcto. Después de meses en los mares tempestuosos del Atlántico, cuando tantas cosas se han roto, se parece más a un ejercicio de supervivencia. La vida allí en el Sur, durante tantas semanas, es verdaderamente miserable".
La existencia está cogida con una filástica y puede quebrarse en cualquier momento. Una ola cruzada, el palo que no aguanta una racha, una muralla de agua que barre la cubierta y arrastra al patrón por la borda. Apenas duermen y comen un engrudo preparado a todo correr con lo primero que encuentran a mano. La ropa térmica que usan adquiere un insoportable olor a sudor y orina. El barco se convierte en «una caja flotante» perdida en unos mares aislados. Los patrones viven refugiados en la cabina y asoman la cabeza sólo cuando es inevitable para recibir un baño de agua y granizo helados. Asoman sus cuerpos en cubierta cuando un sexto sentido les avisa de la presencia de hielos flotantes, cuando se rompe alguna pieza (y siempre se rompe alguna) o cuando deben llevar el timón a mano para evitar clavarse en los senos de las olas piramidales que pueden darle la vuelta al velero.
Ugarte estuvo a punto de morir cerca de los 60º Sur los tenebrosos, pasados los 50º aulladores, por el ruido que provoca el viento en la jarcia. «Al anochecer el viento se puso en 40 nudos y los pantocazos se hicieron horribles. Tres rizos en la mayor y génova número 2. Era mi 36 aniversario de boda... De repente noté que algo sonaba diferente. Un sonido sibilante venía de proa. Cogí la linterna. ¡Dios mío! entraba mucha agua y el nivel subía rápidamente. Había 60 centímetros en el pañol de velas. El escenario sin duda terrorífico».
Ugarte narra su desesperación y cómo afrontó la muerte. «Puse en acción la bomba de achique... Pero el agua subió otros 30 centímetros. Empecé a buscar un agujero, una grieta, alguna abolladura... Mis piernas y muslos estaban empezando a quedarse dormidos. Bien, pensé, los barcos más próximos estaban a 700 millas por detrás; tardarían unos tres días en alcanzarme. Calculé que tenía 40.000 litros de agua a bordo. Grandes olas rompían sobre cubierta. Si no encontraba la vía de agua me hundiría irremediablemente. Tres días eran demasiados. Miré la balsa salvavidas. Ni siquiera me molestaría en inflarla: la mar, a 0º, el aire, a 20 bajo cero. Lo único que conseguiría sería prolongar mi vida por poco tiempo. ¡No merecía la pena! Decidí que actuaría según el estilo tradicional. ¡El capitán se hunde con su barco! Después de todo, ahogarte con tu propio barco es una muerte digna y sobre todo, limpia». Así de simple. Ugarte se dispuso a morir en las desoladas latitudes antárticas. Solo y en regata. ¿En qué piensa uno en momentos así? Los pensamientos de José Luis de Ugarte fueron para su mujer. Y pensó en lo que las comadres le dirían a Edith cuando se la tropezaran por Las Arenas: «Por lo menos tu esposo murió haciendo lo que más le gustaba». «No pude dejar de sonreír al imaginarlo», declararía después. Luego volvió a sumergirse en el agua helada a buscar el agujero. Pero nada. El 'Euskadi Europa 93' era de aluminio (antes de romperse se abollaría) y Ugarte no recordaba haber chocado con nada. ¡Entonces se le encendió la luz!: Un pallete, un pallete de colisión, aquello que muchas veces se había estudiado en las escuelas de náutica.
Encontró tres cables negros de los sensores que salían del casco. «¡Ostias! Empecé a tirar de los cables y uno de ellos vino con facilidad. Dios mío, me he salvado». Ugarte serró su bichero de madera, lo engordó con cinta aislante, tiró el tanque de agua dulce (la única que le quedaba) y encontró la grieta por donde entraba agua e inundaba su barco. Puso el pallete a forma de espicha, lo encajó a golpes de porra y el agua dejó de entrar. José Luis de Ugarte, 64 años cumplidos, salvó la vida de casualidad. Eso sí, se quedó sin apenas comida y sin agua. Llegó a puerto convertido en un fideo. «Yo tenía que terminar la regata; en España estas cosas se ven de otra manera. Si me tuvieran que rescatar o me viera obligado a retirarme, todos pensarían que 'Ugarte está demasiado viejo para navegar en regatas oceánicas en solitario'», reflexionaría años después. Pero aún en los peores momentos, Ugarte, el primer marino vasco en completar la Vendée Globe, encontraba un momento para poner a punto su socarronería. «Pasaba hambre y sed... Pero un día encontré una revista náutica; a pesar de lo mojada que está la tinta se puede leer. Lo paso muy bien leyéndola, estoy harto del Arcipreste de Hita y de 'La Ilíada', solamente Dios sabe lo aburridos que son». Tal vez por eso aguantan.