Cómo renació la práctica de la vela en los años cincuenta
De muy antiguo nos viene nuestro abolengo deportivo a los que tenemos la dicha de haber nacido en este bello rincón de la Ría de Arosa y por ello, escribimos estas líneas.
Años antes de la guerra civil y en aquellos de la Monarquía se celebraban en Villagarcía, las renombradas regatas de yates tipo 6,50, además de las de Star y Snipe, entre las flotillas de este Real Club de Regatas y los náuticos de Vigo y La Coruña, que no tenían parangón en ningún punto de la Costa Española. De los primeros, por ser los primeros, por ser los más hermosos, los de más clase y categoría, recordamos con añoranza aquellos estupendos barcos que se llamaban Cisco, Folerpa, Ditu, Pichuca, Gerundio, Mosquito, etc., que hicieron vivir a los aficionados a este bello deporte, más de una jornada de intensa emoción, galopando sobre las doradas aguas de la bahía arosana en noble pugna llena de interés y deportividad formidables. No pueden olvidarse, ni podremos olvidar nunca quienes conocimos y vivimos aquellos tiempos felices aquellas regatas organizadas por el Real Club, en la que intervenían magníficos patrones, conocedores palmo a palmo de la zona de la Ría en que se desarrollaba el itinerario y sabedores de cómo había que ir a recoger viento, cuando este vital elemento faltaba o escaseaba, a estas bellas embarcaciones y de ello podía depender los primeros puestos de la regata. No podemos omitir los nombres de aquella generación, que se llamaron los Garra, Reboredo, Cobiños, Villaverde, Alegre, Fuentes, Pintos, Poyán y muchos otros que, con habilidad, maestría y veteranía sin par, llenaron sus vitrinas de magníficos y valiosos trofeos, bravamente disputados en el mar. Pero ya se sabe; en cualquier orden de cosas, toda etapa floreciente, tiene su ocaso y este llegó al producirse nuestra guerra y, seguidamente, la segunda Europea. Una serie de azares que sería prolijo enumerar, dieron al traste con toda la vida deportivo-marítima en este ciudad, porque otros imperativos patrios reclamaban la máxima atención y así, poco a poco, sus propietarios fueron deshaciéndose de sus yates y los patrones, envejeciendo. Cuando renace la calma, tras un lapso de tiempo prolongado, ya no es posible revivir, por mil causas y razones, aquellas pruebas marítimas y la preciosa competición de la vela, es nula.
Pero los que entonces éramos chiquillos, pero buenos aficionados, en este transcurso de tiempo, nos hemos hecho hombres. Una nueva generación viene a sustituir a las viejas glorias y un nuevo barco, un barco tipo, reemplaza asimismo al lujoso yate de 6,50. En el ánimo de unos cuantos, renace con fuerza arrolladora, el deseo de recobrar los años perdidos y que no falte por más tiempo, algo tan tradicional y hermoso en Villagarcía de Arosa, como las competiciones de vela. Un buen día apareció en la mar la embarcación más popular y también la más antigua, la dorna.