D+106: Finisterre, el último gran cabo, puerta del Golfo de Vizcaya
Este es el último paso que hay que dar, ya que las condiciones de navegación son muy a menudo malas desde las Azores y en el tunel sin salida del Golfo de Vizcaya.
La imagen que se tiene de navegar alrededor del mundo es el Gran Sur, las latitudes rugientes y tenebrosas. El Océano Índico una vez pasado Cap des Aiguilles, luego el Pacífico en la longitud de Tasmania. 10,500 millas (en ruta directa) en el gran piélago donde nada puede detener las marejadas o el tren de depresiones que serpentean alrededor de la Antártida.
Afortunadamente, la sincronización de una Vendée Globe permite a los solitarios atravesar este largo túnel en diciembre, es decir, durante la primavera y el verano del sur, las estaciones más suaves para acercarse al sur profundo.
Alrededor de 50 grados al sur, el frío puede ser muy intenso, cercano a cero grados o menos, lo que hace que el aire sea más denso y las condiciones de vida a bordo más difíciles. También es un gran desierto líquido donde abunda el aislamiento y la ayuda potencial a menudo está fuera de alcance. Es una zona poco conocida, muy poco visitada por veleros y la que alimenta miedos y fantasías, haciendo del paso del Cabo de Hornos el sinónimo de liberación. Pero ojo, el peligro no está descartado una vez virado, la subida Atlántica decide la regata y en latitudes norte puede ser aún más peligroso.
Así que ojo con esta última parte de la ruta, estos últimos días de navegación para los Imoca que aún están en la mar. Si el anticiclón del hemisferio norte ha abandonado su lugar de nacimiento en las Azores, como lo ha hecho este año, el tren de las depresiones ha ocupado su lugar. En invierno, estas depresiones que se forman en la costa este de EE. UU. o en Canadá circulan muy lentamente y pueden seguirse, con solo 36 a 48 horas entre dos pasos frontales. Esta rápida sucesión de depresiones genera un oleaje residual en el Atlántico Norte. Las alturas de las olas son a veces similares a las que se encuentran en el Gran Sur… incluso igual o más virulentas. Y se vuelven aún más difícil a medida que te acercas a la Península Ibérica y al Golfo de Vizcaya.
En el borde de la plataforma continental, el fondo marino va de varios miles de metros a unos cientos. Este aumento de fondos provoca aumento de altura de olas con el consiguiente mar peligroso. Algo similar a los mares del sur de Nueva Zelanda y proximidades del Cabo de Hornos. El problema es que cuando los barcos llegan al Cantábrico, no hay escapatoria… es como un embudo y el final del embudo es la llegada a Les Sables desde Olonne.
Así es como vimos las estrategias de escape de este año. Como el adoptado por Armel Tripon, que permaneció en espera casi 48 horas frente al sur de Galicia y Norte de Portugal para no quedarse atascado en el Cantábrico con 50 nudos de viento y olas de 8 metros.
A esto se suma el cansancio acumulado por los patrones y los problemas en las embarcaciones, el intenso tráfico marítimo y los pesqueros. Llegar en invierno a las costas atlánticas no siempre es un placer… y de esto, los que vivimos en estas costas lo sabemos bien.
Como recordatorio, en la historia de la Vendée Globe, muchos han visto sus sueños destrozados o hipotecados a pocas millas de meta.
En 2016-17, Conrad Colman desarbola entre las Azores y Portugal, a 750 millas de la meta (terminará con aparejo de fortuna). En 2013, Buby Sansó zozobró en el sur de las Azores tras perder la orza. Ese mismo año, Jean-Pierre Dick fondeó durante tres días en el norte de España para evitar un fuerte vendaval mientras su barco navega sin quilla desde Cabo Verde (terminó su regata!). En 2008, fue nuevamente una orza que falla en las Azores lo que impidió que Roland Jourdain terminara. Cuatro años antes, la misma preocupación por Golding, cuyo apéndice se desune a 90 millas de la meta (sin embargo, terminó tercero). En cuanto a Catherine Chabaud, desarboló a 250 millas de Vigo durante la edición 2000-2001 ...
En esta novena Vendée Globe, casi todos los competidores terminan su regata bajo la amenaza de este régimen de baja presión que a menudo los atormenta unos días antes de la meta, como Clarisse Crémer que terminó navegando en 8 metros entre cresta y seno de ola.
Fuera de regata, Isabelle Joschke y Sam Davies no se salvarán las próximas horas / días: 35 nudos de media, rachas de 45 y fuerte marejada para la regatista británica (olas de 6/7 metros).