Pere Vilàs sigue la huella de los corsarios pitiusos
A Pere Vilàs le ha costado un gran esfuerzo concluir su nuevo libro, 'Corsaris eivissencs. L´ofici de corsari a l´Eivissa del segles XVIII i XIX´, que edita Genial Edicions. Ha buceado en el Archivo General de Simancas (Valladolid), en el archivo de la Marina Álvaro de Bazán (Ciudad Real), en el de la base naval de Cartagena y en el Histórico Nacional (Madrid) en busca de toda rastro de corsario pitiuso.
Al final encontró 5.000 folios de material que ha estudiado con detalle para elaborar las dos partes en las que se estructura esta nueva obra, que hace la sexta de su bibliografía y la segunda que versa sobre corsarios, tras su biografía de Jaume Planells Ferrer, Sit. En primer lugar, Vilàs realiza un amplio análisis sobre el oficio de corsario, profundizando en las leyes que debían acatar quienes desempeñaban esta labor al servicio de la Corona española y sobre su forma de vida. En segundo término, Vilàs ha trazado un interesante resumen de la información más destacada que ha hallado en los archivos, logrando así la obra más completa que existe hasta la fecha sobre el corsarismo pitiuso.
La presentación del libro correrá a cargo del historiador Antoni Ferrer Abárzuza y tendrá lugar mañana, a las 20,30 horas, en el salón de plenos del Consell Insular. Pere Vilàs (Vila, 1944) es, además de un historiador apasionado, el actual director de la revista 'Eivissa´ que edita el Institut d´Estudis Eivissencs. Dentro del pormenorizado análisis que realiza de los pitiusos que libraron batallas en el mar con patente de corso, Vilàs destaca el erróneo concepto que, a menudo, se tiene de los corsarios, “que nada tenían que ver con los piratas. El corsario sólo podía atacar las naves que portaban bandera enemiga de la Corona Española”, dice.
Cuenta Vilàs que en aquellos años los buques de guerra no diferían del resto salvo porque iban armados. Por esta razón, muchos pitiusos se enrolaron en esta aventura. Si el Rey les autorizaba, viajaban a Cartagena o Palma y allí recibían cañones y armas que, al finalizar el contrato, debían devolver. Luego, abonaban al Rey una quinta parte de los beneficios que obtenían de la captura de los jabeques extranjeros.
“Si atacaban un barco que no fuese enemigo de Corona se les caía el pelo. Ciertamente se jugaban la vida en muchos casos, pero menos de lo que la gente se piensa. La lucha no resultaba rentable y lo normal es que cuando un barco daba caza a otro, el perdedor se rindiera”, asevera Vilàs, consciente de que ha tocado uno de los temas más apasionantes de la historia pitiusa.