Ibiza. Una mar de islas
Los islotes que circundan el litoral pitiuso aúnan parajes de belleza única y viejas historias de marineros
A mediados de siglo, los contrabandistas descargaban el tabaco y el café que traían de África en sus frágiles llauts Ðen los que navegaban a vela y sin motorÐ, en los islotes que rodean Eivissa. Es Vedrà, sa Conillera, Tagomago, s´Espalmador, s´illa des Bosc o s´Espartà, ofrecían una serie de utilidades y materias primas ahora en desuso. En la actualidad, a estos islotes prácticamente se les observa como ejemplos de belleza natural, convertidos en un adorno de lujo para las playas que los circundan.
El islote más grande es sa Conillera, con una longitud de costa de más de siete kilómetros. Pero, sin duda, es Vedrà es la isla más impresionante y majestuosa. Su altura Ð382 metrosÐ y las leyendas que circulan en torno a ella la convierten en un centro de peregrinación tanto de aficionados a lo esotérico como de los meros observadores de paisajes espectaculares. De ella se han llegado a extender rumores del tipo de que es una plataforma de aterrizaje para ovnis, o un imán que transmite energía positiva al mundo. Dejando a un margen estas interpretaciones mágicas, lo cierto es que hasta para pescadores y vecinos de la zona, es Vedrà se considera una isla bendita. En ella habitó durante una larga temporada un sacerdote, el padre Palau, que se enclaustro en la austeridad de sus paredes de piedra maciza para meditar. Hoy en día, varias docenas de cabras y diversas aves marinas son sus únicos habitantes. Pero se sigue pensando que en esta isla nada trágico puede suceder.
Junto a ella, se encuentra es Vedranell. Sus rocas puntiagudas forman una amplia bahía. En su interior existe un punto estratégico, muy díficil de hallar, donde cualquier sonido se multiplica sin cesar debido a un potente eco.
Más al oeste se encuentra s´Espartà. Como su propio nombre indica, esta roca de más de dos kilómetros de costa está repleta de esparto. Hasta hace unos 30 años, los ibicencos acudían en barca a recolectar sus hojas para fabricar cuerda, espardenyes y cestas. Y, para aprovechar mejor el viaje, la recogida también incluía un puñado de espárragos trigueros que crecían salvajes en la isla.
A corta distancia se hallan las platges de Comte, una de las calas más espectaculares de Eivissa. Gran parte de su belleza hay que agradecerla a los dos islotes que adornan su horizonte: s´illa d´es Bosc y sa Conillera. Según explica Enric Ribes, investigador de la toponimia pitiusa, s´illa des Bosc recibe este nombre porque hasta hace doscientos años florecía entre sus rocas un bosque de pinos y sabinas. Las cabras salvajes, como en es Vedrà, corrían a su antojo. En aquella época, Eivissa sufrió un importante crecimiento demográfico que multiplicó la necesidad de madera, por lo que las dos illes d´es Bosc Ðla de Comte y la del puerto de Sant Miquel, ya unida a la playaÐ fueron deforestadas.
En la costa norte se encuentran ses Margalidas. Dos pequeñas rocas ubicadas frente al impresionante acantilado de ses Balandres. La mayor posee un agujero lo suficientemente grande como para que las lanchas la atraviesen. Según Ribes, reciben este nombre porque los pescadores de Sant Antoni divisaron sobre su superficie unas florecillas blancas similares a las margaritas, aunque en realidad pertenecen a otra especie.
De camino a Formentera, en es Freus, están s´illa des Penjats Ðdonde al parecer se colgaban cadáveres para asustar a los piratasÐ y s´Espalmador, donde cada día se reúnen decenas de barcas para disfrutar de sus playas solitarias. Por su parte, Tagomago, al este de Eivissa, significa “monte grande”. Sus dimensiones Ð5 km. de costaÐ y los pliegues que forman sus rocas, la hacen también muy especial.