La goleta, Joven Julián, podía verse a merced del oleaje
«Pasados cuarenta y cinco minutos del medio día el atalayero de la Mota, vió a la goleta Joven Julián que ya entonces corría desarbolada y a merced del tempòral y las olas. Su velamen, la blanca lona no era ya azotada por el huracán y toda esperanza de verla arribar al puerto se había perdido».
Lo relataba con pasión y espíritu sombrío el periódico La Voz de Guipúzcoa. El 29 de noviembre de 1903, los donostiarras tuvieron el alma en vilo con el naufragio de la Joven Julián, una goleta de 250 toneladas que en sus últimas travesías transportaba cemento desde Zumaia hasta Ceuta y regresaba cargada con sal de Torrevieja.
Hasta aquella mañana de hace un siglo, en que una tormenta azotaba el Cantábrico e inquietaba a los donostiarras. «No parecía sino que el monte Urgull y el monte Ulía iban a caer sobre la Bella Easo para aplastarla y sepultarla como a Pompeya», se leía en La Voz de Guipúzcoa. El atalayero de Urgull divisó la lucha contra el temporal del velero de cabotaje, al principio a toda vela. Sus «bandadas violentas» fueron seguidas por algunos vecinos desde La Zurriola. Pronto se identificaría la embarcación como el Joven Julián.
Un rumor prendió en la ciudad: el capitán, Marcos Azpeitia, había hecho una maniobra desesperada para entrar en el puerto de Pasajes, que se habría truncado con el naufragio de la goleta en los acantilados de Jaizkibel. «La noticia corrió por San Sebastián, como corren todas las malas noticias y (...) la comentaba todo el mundo a las cuatro de la tarde, dando por perdida la tripulación».
Sin embargo, los malos presagios no se cumplieron. A la altura de Jaizkibel, Azpeitia dio por perdida la goleta y echó el bote al agua. Los seis tripulantes lograron acercarse al faro de Híguer, donde los torreros, el cabo de carabineros y «un fornido casero» les salvaron. Los náufragos subirían descalzos a las ermitas de Andra Mari y San Telmo, en Zumaia, como acción de gracias.