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Opinión: Pescadores de salmón, hay que vedar los ríos

Razones por las que el Narcea, el Sella y el Cares se encuentran en estado agónico por ALBERTO CARLOS POLLEDO ARIASLIBRERO, ECOLOGISTA Y MONTAÑERO publicado en La Nueva España el 02/11/2008

Hay quien pone el grito en el cielo cuando afirmo que el salmón, en Asturias, es una pieza en peligro de extinción. Son los mismos, al menos comparten una mente roma de pensamiento disminuido, que hace años pronosticaban un futuro venturoso para la anguila, a punto de desaparecer (quién lo iba a decir hace escasos años) para siempre de nuestros cauces. Otro tanto ocurre con los que, a bombo y platillo, se autodenominan «ribereños», porque la gran mayoría son prejubilados de Hunosa, Ensidesa, la banca o cualquier otra entidad que se acercan a los pozos salmoneros con la única intención de incrementar su cuenta personal. Los peces se sacan por la boca o a la brava, y creo no equivocarme mucho si digo que si estos últimos se precintasen, podríamos multiplicar por dos la estadística anual de capturas. Los salmones se comercializan bajo manga en cualquier época del año; mejor ahora que se acercan las Navidades y se cotizan más caros.

Sirva esta breve introducción para interpretar la realidad de los ríos salmoneros asturianos, que, en constante declive, tocan a muerto. No hay más que observar cómo el cerco a través de la costa cantábrica se va estrechando y cada vez son menos los ríos que reciben una cantidad significativa de peces en sus aguas. De cincuenta y pico ríos en los que se practicaba la pesca del preciado pez con cierta garantía de éxito hasta la década de los sesenta del pasado siglo hemos pasado a tres en algo menos de cincuenta años. El que no quiera ver un futuro nefasto para los tres que quedan (Narcea, Sella y Cares) o está ciego o quiere hacernos comulgar con ruedas de molino para seguir esquilmando un bien que pertenece a todos los asturianos amantes de la naturaleza: pescadores y no pescadores.

Son muchas y variadas las razones para que los ríos de Asturias se encuentren en estado agónico. Una de las más graves, sin duda, es la contaminación brutal de sus aguas porque las depuradoras o no funcionan, o trabajan a medio gas o no están conectadas a los desagües de villas y pueblos. No se queda a la zaga el vertido, aunque sea indirecto, de purines que se filtran o arrastran las aguas de lluvia hasta el cauce de los ríos. Para qué hablar, si ya se dijo todo, de saltos de agua, minicentrales, industrias químicas, lecheras y centrales térmicas, que casi siempre hacen de su capa un sayo enviando, en ocasiones, emisiones nocivas para los peces y la salud humana. No podemos olvidar que los ríos se comportan como seres vivos, y si a los males anteriores añadimos la tremenda explotación de sus recursos por exceso de cañas y demás artes en sus riberas, la combinación es fulminante; reúne todas las características para que desaparezcan los salmones en pocos años y practiquemos la pesca en un desierto.

Por eso creo que la polémica servida estos últimos días entre los llamados ribereños y los que quieren acotar todos los tramos salmoneros es ridícula. No se puede administrar un enfermo terminal: podemos despojarle de sus bienes falsificando la firma, pero de ahí no podemos pasar porque el paciente ya es incapaz de generar riqueza. Apliquemos este ejemplo a nuestros ríos para ver que, si no se toman medidas quirúrgicas severas, en seguida estaremos hablando de un cadáver líquido.

Todo ello va a ser un proceso largo y difícil en el que tienen que volcarse Administración, pescadores y empresas contaminantes para que las aguas recobren el grado óptimo de pureza que permita a los peces reproducirse sin trabas. Una medida, tan impopular como imprescindible, será vedar todos los ríos durante cinco o diez años para que la freza restablezca el vigor natural de los peces y el retorno, una vez cumplido el ciclo vital, lo realice el mayor número de ejemplares posible. Una vez salvada la especie, comiencen, sin excepción, todos los pescadores a discutir artes de pesca, tramos libres y acotados, duración de la campaña y cupos de pesca; teniendo siempre en cuenta que lo más importante del asunto no son los pescadores, sino el río y los peces.

Sin el pez bello, plateado y poderoso se acabaron las cañas, los cotos y las discusiones. Hacer lo contrario será firmar el certificado de defunción de la pesca de río, que, aunque muchos no lo entiendan, es deportiva.