Cambio climático
El inicio de la revolución industrial, a finales del siglo XVIII, marcó el comienzo de una época caracterizada por la acumulación creciente de gases llamados de efecto invernadero.
Los principales gases naturales de efecto invernadero en la atmósfera son el vapor de agua, el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O). Los tres últimos han incrementado sus concentraciones un 30 %, un 145 % y un 15 % respectivamente, en relación con sus valores preindustriales. Durante el siglo XX se han introducido en la atmósfera gases de efecto invernadero no naturales, como, por ejemplo, los clorofluorocarbonos. A escala mundial, las principales fuentes de estas emisiones son la industria (24 %), la producción de energía y el transporte mediante la quema de combustibles fósiles - carbón, gas y petróleo - (49 %), la agricultura (13 %) y la deforestación y el cambio de uso de tierras (14 %). Estados Unidos produce el 36.1 % de las emisiones mundiales, la Unión Europea el 24.2 % y Rusia el 17.4 %. Es decir, entre los tres producen casi el 78 % de las emisiones mundiales.
Los gases de efecto invernadero tienen la propiedad de ser transparentes para la radiación solar y absorbentes para la radiación infrarroja que emite la Tierra. Parte de esta radiación absorbida es reemitida hacia la superficie con el resultado de calentar la capa más baja de la atmósfera. Este efecto, que se produce de manera natural, hace posible que, en la actualidad, el promedio de la temperatura en la superficie de la Tierra sea de unos 15 ºC, en lugar de los -18 ºC que habría de no existir gases de efecto invernadero. Esta temperatura es el resultado del equilibrio existente entre la energía recibida procedente del Sol y la energía emitida por la Tierra hacia el espacio. Cualquier alteración significativa de este equilibrio es una causa potencial de cambio climático.
El clima de la Tierra siempre ha estado sometido a una notable variabilidad natural. La lenta y cíclica evolución de los parámetros orbitales de la Tierra da lugar a cambios que en la escala de miles de años explican los ciclos glaciales. Las erupciones volcánicas y los meteoritos, que al inyectar aerosoles (partículas en suspensión) en la atmósfera aumentan la radiación solar reflejada hacia el espacio, son también causas de cambio climático. No obstante, el clima de la Tierra ha estado relativamente estable durante los últimos 10.000 años.
Es evidente que el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero potencia dicho efecto, lo cual podría producir un calentamiento del planeta. En diciembre de 1995, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) - creado por la ONU en 1988 con el objetivo de emitir conclusiones científicas sobre el problema, para ayudar a los gobiernos a tomar decisiones políticas - dice "el balance de las pruebas sugiere una influencia humana perceptible en el clima mundial".
Y es que la temperatura superficial media de la Tierra ha aumentado 0,6 °C en el último siglo, es decir, ha aumentado más durante los últimos cien años que en cualquier otro siglo durante los últimos mil años. El nivel del mar se ha elevado 1,5 milímetros por año en el último siglo. Los episodios de precipitaciones extremas están aumentando. Se están fundiendo nieves perpetuas del Himalaya y masas de hielo que siempre han estado unidas a la Antártida se separan del continente y se funden en el mar.
El Tercer Informe del IPCC, de febrero de 2001, contempla varios escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero y de aerosoles, que dependen del camino que siga el desarrollo. Los modelos climáticos prevén que para el año 2100 la temperatura media global aumente entre 1,4 y 5,8 ºC y que el nivel del mar se eleve entre 8 y 88 centímetros como consecuencia de la expansión térmica de los océanos y la fusión de los hielos continentales. Mientras las temperaturas continuarán aumentando durante varios cientos de años, el nivel del mar lo hará durante muchos siglos después de que las concentraciones atmosféricas de los gases de efecto invernadero se hayan estabilizado.
El aumento del nivel del mar provocará una mayor vulnerabilidad de las poblaciones costeras a las inundaciones, y pérdida de terreno en zonas como, por ejemplo, Bangladesh o las islas Marshall. Además se espera que aumenten las olas de calor, precipitaciones fuertes, sequías, incendios y brotes de enfermedades infecciosas. Es decir, los impactos medioambientales, económicos y sociales podrían llegar a ser bastante serios, sobre todo en los países menos desarrollados.
En España, por ejemplo, los recursos hídricos podrían disminuir globalmente un 5 % en el año 2020 como consecuencia del cambio climático, lo cual ha sido tenido en cuenta en el diseño del Plan Hidrológico Nacional. El rendimiento de los cultivos podría disminuir en algunas regiones. El aumento de la desertificación junto a los incendios forestales, favorecidos por el cambio climático, podrían producir pérdida de suelo irreversible. La subida del nivel del mar tendría un gran impacto sobre las playas, infraestructura básica de la industria turística española. Su regeneración, que en algunos casos ya es necesaria, supondría un claro perjuicio económico.
Desde la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima, en febrero de 1979, ha habido una creciente toma de conciencia internacional sobre este problema, cuyos hitos fundamentales han sido la creación en 1988 del ya citado IPCC y la aprobación el 10 de diciembre de 1997 del Protocolo de Kioto.
Mediante el Protocolo de Kioto los países industrializados se comprometen, por primera vez, a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Concretamente, se comprometen a mantener sus emisiones por debajo de las de 1990 durante un período de 5 años, del 2008 al 2012. Para su entrada en vigor, el Protocolo señala la necesidad de su ratificación por al menos 55 países, cuyas emisiones igualen el 55 % de las emisiones de CO2 producidas en el año 1990. Estados Unidos, aunque inicialmente firmó el Protocolo, finalmente se retiró en marzo de 2001. Es, por lo tanto, necesario que Rusia ratifique el Protocolo para que éste entre en vigor. El anuncio en este sentido por parte de Rusia, Canadá y China en la reciente Cumbre de la Tierra de Johannesburgo es, pues, de la mayor importancia. La Unión Europea se ha comprometido a una reducción global de sus emisiones de un 8 % respecto de las de 1990. España, con una tasa de emisión per cápita por debajo de la media comunitaria, podrá aumentar sus emisiones hasta un 15 %.
La única manera de limitar las emisiones es mediante el ahorro de energía, el aumento de la eficiencia en el uso de los combustibles fósiles (se calcula que en la Unión Europea existe un potencial de mejora de la eficacia energética superior al 18 %) y su sustitución por otras fuentes de energía menos contaminantes.
Entre las medidas concretas adoptadas en España figura el Plan de Fomento de las Energías Renovables 2000-2010, cuyo objetivo es que estas fuentes de energía cubran al menos el 12 % de la demanda de energía en el año 2010 (el 81 % de la energía primaria consumida en 1999 en España era proporcionada por combustibles fósiles), o la Ley de Prevención y Control Integrado de la Contaminación. Recientemente ha sido aprobado el Plan Forestal Español. El aumento de CO2 en la atmósfera se debe a la quema de combustibles fósiles, pero también a la destrucción de los bosques. En la fotosíntesis, las plantas verdes, con ayuda de la luz, absorben el CO2 atmosférico y desprenden oxígeno. Es por ello que los bosques son sumideros de CO2. El Plan Forestal Español pretende duplicar el número de árboles en 30 años, lo cual supondría una absorción de CO2 estimada en 60 millones de toneladas en las tres décadas del plan. Además de ello, este plan protegerá los montes de los incendios y la erosión (casi el 20 % del territorio español tiene graves problemas de erosión).
Además de todas las acciones y decisiones políticas a nivel regional, nacional o global, no son menos importantes las acciones individuales que permiten una contribución personal a combatir el cambio climático y a la vez ayudan a los Estados a diseñar sus políticas.