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El furtivismo pone en jaque la pesca en el mar de Aragón

Los grupos organizados del Este esquilman la fauna del embalse. Los pescadores usan grandes redes y otras artes ilegales

El furtivismo se ha convertido en el peor enemigo del mar de Aragón. La pesca ilegal, masiva y con artes prohibidas de especies como el siluro, la perca y la carpa no solo está acabando con estas especies. Además ha dado lugar a la proliferación de acampadas incontroladas que dejan una secuela de suelos cubiertos de latas, plásticos y cascos de botella, restos de comida, detritus humanos y peces putrefactos.

"Entre otras muchas cosas, el furtivismo es un problema de salud pública", resume Javier Ballabriga, presidente de la Sociedad Deportiva Caspe Bass, que asegura que los pescadores que no cumplen la normativa acuden al mar de Aragón "desde toda España, no solo de las comunidades vecinas".

"Aquí reina la anarquía, muy pocos hacen caso de las normas, y cada año que pasa el embalse de Mequinenza está más degradado", afirma Ballabriga, para quien el coto que planea crear el Gobierno de Aragón desde hace varios años "puede ser un paso adelante, pero no la panacea".

Los agentes de la naturaleza del Gobierno de Aragón y el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil vigilan como puede el entorno del pantano. Pero, según Luisa Serra, presidenta de la Sociedad Deportiva de Caspe, "es imposible controlar cómo se pesca en un embalse con un contorno de 560 kilómetros y con muchos tramos de orilla que solo son accesibles en barca".

 

INCAUTACIONES

De ahí que los pescadores deportivos pongan el acento en la necesidad de que los cuerpos y fuerzas de seguridad se doten de medios técnicos suficientes para perseguir a quienes incumplen la ley. Con todo, la Guardia Civil realiza un gran esfuerzo continuado, como lo demuestran las sucesivas incautaciones, a organizaciones ilegales, de grandes cantidades de peces en mal estado.

A menudo, el destino de esas partidas de peces es la exportación, en particular a Rumanía. En ese país del Este un kilo de carpa puede alcanzar un precio de más de 30 euros en la venta al por menor, pues se considera un bocado exquisito, apunta Luisa Serra.

El furtivo rara vez es un pescador solitario que lanza el anzuelo para asegurarse el sustento del día. Lo más habitual es que forme parte de una estructura organizada que se vale de sistemas de pesca masivos como los utilizados en el mar y que están estrictamente prohibidos en aguas interiores.

"Se sirven de redes marinas para lograr grandes capturas", explica Ballabriga, que subraya que esas artes, abandonadas a menudo en el pantano, constituyen un grave peligro para la navegación. Como sucede, igualmente, con las líneas de pesca y las artesanales boyas de plástico que flotan aquí y allá y que indican los puntos donde hay o ha habido un cebadero para atraer a los peces.

 

MENOS PECES CADA VEZ

"El furtivismo está acabando con la pesca en el embalse de Mequinenza", señala Luisa Serra. "Cada año que pasa se pesca menos y las piezas son más pequeñas", afirma. En su opinión, el pantano, que mide más de 100 kilómetros desde la cola hasta la presa y recorre seis términos municipales, es víctima de un continuo expolio que pone en riesgo la pesca legal y la celebración de campeonatos oficiales.

De hecho, Caspe (como Sástago, Escatrón, Chiprana, Fraga y Mequinenza) es un foco de atracción de aficionados a la pesca deportiva de especies como el siluro, la carpa y, últimamente, la perca fluviatilis.

Pero a estos pescadores, que en muchos casos proceden de otros países europeos e incluso de Estados Unidos, no les mueve el afán de lucro. "Vienen a Caspe porque sienten la pasión de la pesca", dice Ballabriga.

"Para ellos lo mejor es capturar un gran ejemplar, tenerlo fuera del agua el tiempo necesario para hacerse una foto de recuerdo y volver a soltarlo en su medio", añade. Este tipo de deportista siempre es bien recibido, pero estos últimos tiempos es minoritario en comparación con la invasión de furtivos depredadores.